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Crónica viernes 16 de Septiembre: Padres, hermanos, primos, abuelos. El universo familiar desaparecido

  • por Sofía Romera Zanoli y Hugo Hernán Díaz para el Diario del Juicio

PH Elena Nicolay


El 4 de abril de 1975, a horas de la noche Ángel Abelardo Rojas fue secuestrado por el Ejército de la puerta de su domicilio, en la ciudad de Monteros. Su hijo, también llamado Ángel Abelardo relató al Tribunal Oral Federal de Tucumán, que lleva adelante el megajuicio Operativo Independencia lo que sucedió aquella noche.

“Llegó una patrulla del Ejército de donde se bajaron cuatros hombre con armamento militar. Mi padre, que en ese momento estaba en casa, salió hablar con esa gente. Luego ingresó, me dijo que los iba a acompañar y se fue. Me quedé dormido y horas más tarde volvió. Estaba muy golpeado, en especial la pierna derecha. Esa fue la última vez que lo vi”, contó Ángel Abelardo (h).

Al día siguiente Ángel Abelardo (p) fue secuestrado nuevamente y asesinado de un tiro en la boca por el capitán Martínez de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), el capitán Juan Carlos Jones Tamayo y el teniente primero Fernando Luís Labayru del Grupo de Artillería de Montaña 5 de Jujuy, estos tres militares eran conocidos como “El Escuadrón de la Muerte”.

“Mi abuelo Abelardo Rojas Cáceres y mi tío Juan Domingo, recorrieron distintas dependencias policiales y campamentos militares, preguntado si alguien sabía algo sobre la desaparición de mi padre, pero nunca recibieron una respuesta”, señaló Ángel Abelardo (h).

El 13 de abril el cuerpo sin vida de Ángel Abelardo Rojas (p) fue encontrado en un paraje camino al Dique Pueblo Viejo. “Ese día escuché desde la casa de mis abuelos paternos, donde vivía desde la desaparición de mi padre, pasar una ambulancia y patrullas policiales hacía el oeste. Unas horas después fueron a la casa a pedirle a mi abuelo que identifique un cadáver. Se trataba de mi padre. El acta de defunción señala como causa de muerte shock traumático por herida de bala”, recordó el testigo.

Tiempo después, el 24 junio del 75, los militares volvieron para llevarse a los abuelos de Ángel Abelardo. Abelardo Rojas de Cáceres y Carlina Albornoz de Rojas fueron secuestrados de su domicilio a la madrugada. “Escuchamos con mi tío que golpeaban la puerta con violencia desde la habitación. Dos hombres encapuchados, vestidos con ropas oscuras y armados. Nos obligaron a ponernos boca abajo en el piso. Se escuchó que un vehículo se alejaba y dos disparos de armas de fuego. No volvimos a ver a los abuelos”.
“Mi madre era una mujer muy fuerte. Después de lo que pasó con mi hermano recibió amenazas pero no se quiso ir de la casa”, señaló Rolando Rojas hijo de Abelardo y Carlina, segundo testigo en prestar declaración.

“Un policía le dijo a mi hermano Juan Domingo ‘no te calentés que no sufrieron’, eso quería decir que ya los habían matado”, lamentó.

Abelardo y Carlina, continúan desparecidos. Fueron acusados de vender mercadería a guerrilleros en el almacén que habían abierto en su casa y en el cual ambos trabajaban para asegurar la subsistencia de su familia.


Los hermanos Zapata

José Raúl conocido como ‘Pepe’ y Fernando Antonio Zapata, fueron secuestrado la madrugada del 1 de agosto, de su casa en Bella Vista por un grupo de 15 o 20 personas, vestidos de civil que irrumpieron en su domicilio portando armas de fuego y se identificaron como parte de la Policía Federal, entre ellos se encontraba el subteniente Diego Rodríguez Barceló.

Uno de los hombres, que aparentemente comandaba el operativo, les dijo que se los tenía que llevar por averiguaciones. Les vendaron los ojos, les ataron las manos y los subieron a un vehículo, donde se encontraba Juan Carlos Baer, vecino y compañero de trabajo de Pepe en la fábrica NorWinco.

“Al otro día me llamaron por teléfono para avisarme lo que había pasado, en ese entonces yo ya vivía en San Miguel de Tucumán y fui inmediatamente para Bella Vista. Efectivamente se los había llevado”, contó al tribunal Carlos Ángel Zapata, hermano de Pepe y de Fernando Antonio.

Los hermanos Zapata fueron trasladados al centro clandestino de detención conocido como “La Escuelita de Famaillá”, donde fueron torturados. A Antonio Fernando le asignaron el número 88. En varias oportunidades lo ataron en una cama, le tiraron un balde de agua y lo picanearon, le preguntaban sobre el copamiento de Manchalá.

Carlos junto a su tío fueron a buscar a sus hermanos en la base que tenía el ejército en el Ingenio Lules. “Allí nos atendió el General a cargo, quien se presentó como Julio Mario Cayetano Pelagatti, y nos dijo ‘ambos fueron detenidos porque nos informaron que mantuvieron llamadas anónimas con extremistas’ ”.

Antonio sería liberado tras cinco días, y al regreso no quiso contar absolutamente nada. Pepe por su parte no aparecía, y en la base de Lules le informaron que había sido trasladado pero que no sabían dónde. La familia Zapata ya desesperada por la situación fue a buscarlo en la Escuelita de Famaillá. La misma estaba a cargo de un militar de apellido Menéndez, quien les dijo: “Él era inocente, pero murió en un enfrentamiento entre militares y extremistas" insinuando a que Pepe había servido voluntariamente al ejército.

A pesar de los reclamos de la familia para que les dieran su cuerpo, jamás se lo entregaron. Hasta el día hoy Pepe continúa desaparecido. Antes de culminar su testimonio Carlos mostró cartas que le envió al gobierno provincial pidiendo por el cuerpo de su hermano durante el año 1975.


La última testigo

Mientras gendarmería cambiaba de guardia ingresó al TOF una señora de unos 65 años aproximadamente, delgada, de cabellos un tanto blancos, con la mirada temerosa y un andar errante. Era la última testigo del día.

La sala había sido desalojada, tanto por el público como por los acusados, la birome azul estaba lista para escribir (finalmente no podría) un nuevo testimonio de esta historia que poco a poco vamos recuperando para desandar el camino de memoria, verdad y justicia que todos nos merecemos.

Oriunda de San Rafael, Lules. Parte de una numerosa familia que reunía a otros nueve hermanos, la testigo inició su relato ante el tribunal.

Los hechos ocurrieron una noche de agosto de 1975, violentamente un grupo de aproximadamente nueve personas ingreso a la vivienda de la familia tras tirar la puerta. “Yo para ese entonces trabajaba juntando tomates, mi padre era jubilado. Nadie de la familia tenía actividad gremial”. “Entraron personas vestidas de civil, me lo arrebataron a mi hijo (tres años para ese entonces) y lo tiraron al piso” dijo la mujer comenzando a resquebrajar su voz. Buscaban a su primo.

La mujer fue introducida en una camioneta junto a su padre y cuatro de sus hermanos. Una vez arriba del vehículo fueron atados de manos y le colocaron vendas en los ojos. El calvario apenas comenzaba.

Ya en el Ingenio Lules, apenas llegada la mujer fue despojada de su ropa y pertenencias, “…tenía una cadena de oro que me habían regalado mis padres a los quince años y me la robaron”. Le preguntaban “¿Cuál de tus hermanos trabaja en el ERP ?” No respondió y la golpearon fuertemente en la cabeza, lo que provoco que se desmayara. Una vez que se despertó le sacaron las vendas, estaba su padre completamente desnudo frente a ella. La pregunta siguió siendo la misma pero ante cada negativa del hombre, recibía un baldazo de agua y posterior aplicación de picana eléctrica en todo el cuerpo, principalmente en los ojos y espalda. Luego de repetir muchas veces esta práctica. La mujer fue nuevamente vendada. “Me picanearon los pechos y las rodillas. “Me violaron desde el primer y hasta el último día. Me decían todos los días que si no me dejaba hacer lo que ellos querían no iba a volver a mi casa”.

La testigo fue liberada y tiempo después su padre. Estaba desnudo y lo encontró un vecino, en una acequia a dos km de su casa y lo llevo a su casa. “Mi padre recupero la visión después de seis meses de ser liberado. De todos modos jamás se recuperó, quería morirse todo el tiempo”.

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