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Jueves 23 de junio: "No me pidan detalles"

  • por Ana Melnik para el Diario del Juicio
PH Archivo Operativo Independencia - Gentileza Archivo Nacional de la Memoria


"No me pregunte eso, no puedo ni hablar de lo que pasó allí", rogó la testigo. Le acababan de pedir que relate qué pasó durante su cautiverio en la Escuelita de Famaillá. La sala estaba vacía, el público retirado por orden de los jueces, ante el pedido de L.S. de ampararse en el protocolo de protección a testigos que sufrieron delitos sexuales durante el terrorismo de estado.

Para que su declaración pueda realizarse en un clima propicio que evite la revictimización y resguarde su sensibilidad, los imputados, el público y las fuerzas de seguridad son desalojados de la sala; su identidad, asimismo, está protegida.

L. S. es de Famaillá, allí vivió toda su vida. Sus padres eran agricultores. La testigo comenzó relatando aspectos de la vida comunitaria en la zona en los años previos a la intervención militar durante el Operativo Independencia. Ante las dificultades económicas y carencias materiales, prevalecían lazos y gestos de solidaridad en la comunidad, desde los más pequeños, como colocar inyecciones a enfermos, hasta intentar conseguir féretros para poder enterrar a los muertos.
L. S., junto a su familia, participaba desinteresadamente de esta dinámica comunitaria. Relata que, en el año 72, su madre se une al Movimiento Nacional Justicialista, y a ella la afilia a la Juventud Peronista.


Para cuando las fuerzas militares ocuparon Famaillá, tenía 20 años y un hijo de corta edad. En marzo del 75, mientras esperaba frente a la plaza principal el colectivo, un policía, llamándola por su apellido, le avisa que el comisario Almirón necesitaba hablar con ella. L. S. se presenta en la comisaría voluntariamente, pensando que necesitaban notificarla sobre algún asunto ordinario. Pero, afirma, “cuando me di cuenta estaba vendada y atada”. Ahí empieza su calvario: "Soy víctima de este proceso injusto".

De este modo se inicia su detención ilegal. En este punto de su declaración, la fiscalía le pide que puntualice sobre su experiencia de cautiverio.

L. S. relata que estuvo detenida en el CCD “La Escuelita”. Finalmente, después de un vaso de agua y un par de minutos para recomponerse, avanza en el relato, con valentía, pero con un límite firme: no dará detalles,  en esta instancia judicial, de la terrible violencia a la que fue sometida.

Cuenta que fue torturada y violada. Tuvo los ojos vendados durante toda su detención. Junto a otros detenidos era trasladados regularmente a distintos lugares, de día y de noche. Luego, eran llevados nuevamente a “La Escuelita”.

L. S. fue liberada ese mismo año, en un camino entre Famaillá y Bella Vista. Su hermano, Orlando, se enteró y fue a su encuentro. Era 18 de junio, L. S. lo recuerda porque una de las primeras cosas que preguntó a su hermano fue la fecha.

Antes de la detención de L. S. , su concubino,  padre de su hijo y militante peronista, fue detenido y desaparecido. Por el relato posterior de un ex gendarme, Antonio Cruz, cuyo testimonio está incluido en el informe de la CONADEP y en el libro “Nunca Más”, L. S., junto a su hijo, tomaron conocimiento sobre el ensañamiento violento al que fue sometido y sobre su muerte.

L. S. habló sobre las míseras condiciones del cautiverio, de la comida, contó que les daban pastillas que decían que eran aspirinas.

Rememoró asimismo el clima de total temor en que vivían previamente y durante el Operativo Independencia. La casa de su familia había sido allanada, junto a la de muchos otros vecinos.

L.S. contó sobre la vulnerabilidad en cuanto a derechos a la que estaba sometida la comunidad. Sus padres, por ejemplo, no presentaron habeas corpus ante su detención ilegal; ignoraban cómo proceder ante esta situación y no podían acceder a ningún tipo de asesoramiento legal que les permitiese iniciar una denuncia.

Como consecuencia de la experiencia del cautiverio, L. S. tiene una trombosis en una pierna. Muchos años después de estos hechos, retomó su militancia política.

Hacia el final de su testimonio destacó la situación de tantas víctimas “no registradas”.
El miedo fue un gran impedimento para denunciar; el pudor y la vergüenza atemorizaron aún más a las mujeres.

"El pueblo de Famaillá fue víctima” afirma L. S., su denuncia se solidariza con una comunidad que fue privada de todos sus derechos, víctima de la persecución y la desaparición.

Antes de retirarse de la sala, L. S., en un acto de afirmación de sus convicciones políticas, de su participación social activa, por la que fue sometida a los más crueles actos de violencia y privada de su libertad, sostiene mirando al tribunal “Yo hoy, como siempre, grito viva la patria, viva Perón”.-

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